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Él

Que es el frío, y la ausencia, y el ruido, y el café de la mañana, y el recuerdo y el silencio.

Que es tu espalda, tus ojos, tus ganas. Que es tu casa, tus manos.

Que no escribo para que me leas y vengas convencido o te vayas huyendo.

Que no es la televisión, ni sus cartas, ni las canciones. Que es tu sonrisa y tus silencios.

Que eres tú, que te quiero hoy, que te he querido años atrás.

Y ahora ya soy...


Hace ya mucho tiempo de mis últimas letras. Acabo de armarme de valor y regresé a este viejo rincón de recuerdos y experiencias futuras y ficticias.  Me sorprendí al ver cómo faltan piezas complicadas de un maltratado rompecabezas, recordé aquella escena donde Joel, después de Lacuna, descubre que de su libreta fueron arrancadas páginas enteras y está, sin recuerdo alguno. La diferencia, claro, es que yo sí recuerdo lo aquí perdido (o borrado, clausurado, censurado, tachado, rayado, “rompido”, etc).

Sin embargo, podría declamar cada uno de los textos faltantes con sus puntos, acentos, comas, adjetivos, verbos, verbos, verbos y excesivos puntos suspensivos, podría tomar cada imagen y pintarla, o bordarla, o deletrearla o incluso reescribirla. Qué rara la felicidad de los humanos.

Algo en mí se había apoderado de mis ideas, de mis letras, o quizá de lo fundamental en alguien que gusta de escribir, o en mi caso de intentar hacerlo: su inspiración, o lo que es peor, sus ganas de expresar. En mi caso, creo que fue aquel viejo monstruo que vive debajo de mi cama, aunque en los últimos meses cambió su residencia y se instaló en algún lugar de mi oxidada cabeza.

Pero bien dicen que el tiempo y el limón (y con tequila mejor, hasta valentía da) lo cura todo; y heme aquí, con un vaso con agua sobre el escritorio, mis sonidos desde el computador, el aire frío que emana de los conductos, que Dios quiera se mantengan limpios y me eviten enfermedades; lejos, muy lejos de aquel dolor que acabó con mis huesos, mis lágrimas y mis rodillas, que me secó la piel y amenazó mi alma, lejos también del viejo capricho casi adolescente de volver a sentir en manos más verdes que las mías, lejos de aquel deseo inconsciente de ser el centro del universo.

Me he descubierto nuevas sonrisas, nuevos gestos, nuevas emociones… no sé, es como volver a aquel punto donde (lejos de mis cuentos de vidas pasadas y paralelas) mi vida siguió a la par de otra en un extraña dimensión, y hoy, en este punto, la real es aquella, que sin arrepentimiento alguno, la dejé vivir en esa otra dimensión.

Ven, siéntate un momento.


(Tu cabello sigue siendo mi estación preferida
la más grave adicción a la que vuelvo sin culpas
la única residencia alterna del aroma de mis sueños...)
E.J.


Here, there... everywhere

Han pasado varios días y con ellos las lluvias que han intentado lavar mis ilusiones manchadas con café.

Si tuvieras la mala fortuna de encontrarme caminando, estoy segura que apenas podrías reconocerme, me he ido consumiendo al igual que se han consumido una gran cantidad de cigarrillos que me han servido para sobrellevar tu ausencia...

Ya no me queda nada más que pueda matar, la esperanza ha decidido morirse, así, sin más, se ahogó en tu saliva, entre tantas palabras de aliento y de frágiles gritos al viento.

La angustia volvió, como suele volver cada diciembre con sus adornos, sus risas, sus regalos y su paz, que ahora me parece tan ajena. Mi cuerpo ha recaído en los viejos vicios y miedos que por un instante pensé superados, las incansables sirenas vuelven a estremecer mi cuerpo y a obligarme a salir corriendo y buscar esconderme bajo la mesa, tratando de encontrar un refugio, como esos que solía construir cuando era pequeña.

Ya no puedo visitar ese pequeño rincón en el mundo que me hacía inmensamente feliz sin que en cada espacio, resalten pedazos de tu voz, tu mirada, de tus besos y tu sonrisa. Estoy tan monocrómatica que ahora me ha dado por cambiar la canción cuando algún beatle se asoma a saludar.

Qué mala fortuna preferir aguantar la respiración para darte aire suficiente, qué mala fortuna esforzarme a tomar decisiones que están más allá de mi alcance y mis competencias... qué mala fortuna que no hayas escuchado que soñaba con un reciclaje de nuestras últimas palabras.

Tu ausencia me hace sentir tan pretérita, que estos años ya solo significan nada.

El otro cometa

Después de algunos días de parecer en otra dimensión, ella se despertó de golpe. Sus ojos desorbitados rompieron en llanto, sus gritos quedos rasgaron hasta el último de sus reclamos. Se botó en el piso... lloró y lloró...
El árbol a su lado marcaba el tiempo con su sombra, pasaba tan rápidamente que las hormigas buscaban desesperadas refugio entre las hojas caídas y el agua que caía de la fuga en la casa de a lado.
Su recuerdo iba y venía, ella lo sujetaba con firmeza, esmero y pasión... se aferraba, desgastándolo... matándolo lentamente.
3, 4... 5 segundos después su llanto y sus sollozos la hicieron ceder... se enjugó las lágrimas, soltó su recuerdo y lo vio partir por el cielo, como otro cometa abandonado por un niño. Al tiempo que se alejaba, una sonrisa iba apareciendo en su rostro y mientras más lejano lo veía, más grande sonreía.
Era libre... no él, !ella!, él se perdería por el cielo, entre nubes y tormentas, viajaría a la deriva.
Y ella, liberada de todo mal, sin pesos en la espalda que cargar, se quedaría aquí, con sus modos, sus reglas y su ser, enfrentando a cada segundo lo vivido y lo que está por vivir...
Ella está aquí, en pedazos... pero aquí.

Marianita bonita color de café...

Otra vez, para Mr Kite


Anduve por las calles sin rumbo durante más de una hora, perdida entre las canciones al oído que hasta ahora han representando mi historia. Llegué sin darme cuenta al lugar que cada canción sugería, parecía que el orden de las canciones se confabulaba con el ritmo que suponen las calles y los lugares.

Crucé media ciudad con el frio en las mejillas, hasta llegar a aquel parque en el que sin pensarlo busqué la tercera banca frente a la canchita donde unos niños jugaban y me senté.

Alguien había pasado a mi lado dando un discurso del clima de los últimos días, podía oír sus pasos alejándose, las risas y la música flotando a pesar de mi notable ensimismamiento.

Recordé mis días junto a Darío. Sus palabras aun estaban guardadas en aquel lugar al igual que el eco de aquello que cantaba para mí.

La lluvia me sorprendió mirando el cielo, hubiera echado a correr para guarecerme del aguacero que se avecinaba, pero los recuerdos de tiempos mejores empezaban a hacer su efecto. Me temblaban las manos y las ideas.

No sé si era lluvia o un par de lágrimas que se confundían al caer, me ha movido en lo más profundo un recuerdo, impregnado de sueños a futuro, canciones perdidas, de tardes consumiéndose, de las nubes pasando lentamente.

Junté las manos para darme calor, o para pedir que apareciera por ahí, con ese andar que imito muy bien, o con ese movimiento en sus manos expresión de su nerviosismo. Pero no fue así.

Darío y yo estamos muy lejos de algo así, lejos de Vera, Chuk y Dave.

Darío y yo no coincidimos ni en tiempo ni en espacio… y solo hace eco “Marianita bonita color de café” que cantaba para mí.

Él

En vez de enfrentarme a él, intenté ayudarlo. Me gustaría ser optimista y pensar que él estaba dispuesto a volver a fingir que éramos diferentes. Pero no fue así, llevaba tres horas con la libreta entre las piernas.
Repasaba una a una las letras ahí contenidas, hasta que su aliento impregnado de alcohol soltó el rompecabezas de su curiosidad: estamos tan ocupados queriendo ser, que nos perdemos en suaves delirios de un espejo plagado de raíces y rostros desnudos.
Lo descubrí rasgando las paredes del silencio. Fue como si todas sus conquistas, su alegría por su nuevo amor, su satisfacción cuando jugaba con su perro, y sus anhelos decembrinos, pasaran a segundo plano.
Intenté acercarme, dicen que un abrazo en momentos así puede funcionar... pero no fue así, una mirada llena de odio o saber qué cosa me advirtió alejarme.
"!Te amo!", le grité casi sin voz "¿Tu ya no?" Y con lágrimas en los ojos susurró: Sí, te amo, pero como amo de nada te valdría…