Marianita bonita color de café...

Otra vez, para Mr Kite


Anduve por las calles sin rumbo durante más de una hora, perdida entre las canciones al oído que hasta ahora han representando mi historia. Llegué sin darme cuenta al lugar que cada canción sugería, parecía que el orden de las canciones se confabulaba con el ritmo que suponen las calles y los lugares.

Crucé media ciudad con el frio en las mejillas, hasta llegar a aquel parque en el que sin pensarlo busqué la tercera banca frente a la canchita donde unos niños jugaban y me senté.

Alguien había pasado a mi lado dando un discurso del clima de los últimos días, podía oír sus pasos alejándose, las risas y la música flotando a pesar de mi notable ensimismamiento.

Recordé mis días junto a Darío. Sus palabras aun estaban guardadas en aquel lugar al igual que el eco de aquello que cantaba para mí.

La lluvia me sorprendió mirando el cielo, hubiera echado a correr para guarecerme del aguacero que se avecinaba, pero los recuerdos de tiempos mejores empezaban a hacer su efecto. Me temblaban las manos y las ideas.

No sé si era lluvia o un par de lágrimas que se confundían al caer, me ha movido en lo más profundo un recuerdo, impregnado de sueños a futuro, canciones perdidas, de tardes consumiéndose, de las nubes pasando lentamente.

Junté las manos para darme calor, o para pedir que apareciera por ahí, con ese andar que imito muy bien, o con ese movimiento en sus manos expresión de su nerviosismo. Pero no fue así.

Darío y yo estamos muy lejos de algo así, lejos de Vera, Chuk y Dave.

Darío y yo no coincidimos ni en tiempo ni en espacio… y solo hace eco “Marianita bonita color de café” que cantaba para mí.

Él

En vez de enfrentarme a él, intenté ayudarlo. Me gustaría ser optimista y pensar que él estaba dispuesto a volver a fingir que éramos diferentes. Pero no fue así, llevaba tres horas con la libreta entre las piernas.
Repasaba una a una las letras ahí contenidas, hasta que su aliento impregnado de alcohol soltó el rompecabezas de su curiosidad: estamos tan ocupados queriendo ser, que nos perdemos en suaves delirios de un espejo plagado de raíces y rostros desnudos.
Lo descubrí rasgando las paredes del silencio. Fue como si todas sus conquistas, su alegría por su nuevo amor, su satisfacción cuando jugaba con su perro, y sus anhelos decembrinos, pasaran a segundo plano.
Intenté acercarme, dicen que un abrazo en momentos así puede funcionar... pero no fue así, una mirada llena de odio o saber qué cosa me advirtió alejarme.
"!Te amo!", le grité casi sin voz "¿Tu ya no?" Y con lágrimas en los ojos susurró: Sí, te amo, pero como amo de nada te valdría…

De la trampa...

Son las 4 de la mañana, me despierto pensando en tomar una taza de café cargado, con 2 cucharadas de azúcar y un toque de canela. Enciendo la lámpara sobre la mesa; quizá con ella pueda revertir los efectos de las últimas 5 horas y en cuestión de claridades ayudarme a escribir unas cuantas líneas para presumirle al día.

Pero no: la lámpara no augura buenos resultados, sus suaves lazos me resultan lastimosos.

Me levanto de la cama y doy unos cuantos pasos en la habitación, tratando de alejar ese pensamiento terrible del reflejo aturdido que pretendo ser por las mañanas.

Mi mirada desciende lenta, hastiada; recorre cada rincón, te busca… te busca.

Hay partes de ti regados por aquí. No te veo, pero estas. Es una trampa. No tengo dudas.