Rememorando

A Mr Kite que ha regresado a mi vida,
en diferentes tonalidades

Pensé en llamar a Sofía para que me ayudara, y a través de ella contar otra historia, de esas historias que salen a fuerza de imaginación y de coraje, o de esas que quizá simplemente provienen de una taza de recuerdos.

Ella, de quien hemos conversado ya en muchos textos, en muchos cuentos y en variadas ocasiones, me deja por fin mostrar en mis incoherencias un collage casi fotográfico de aquel hombre, a quien, sin permiso de ella, me atrevo a decir que ha querido como a ningún otro.

Ella era de esas personas que aparentan estabilidad inconforme, fuerte, con carácter, no se dejaba impresionar a la primera, ¡Ah! Pero él (de quien jamás se ha hablado con este lápiz) llegó a su vida cambiando algo, en uno de esos días en que todo parece estar alineado y que todo nos toma distraídos. No podemos seguir dudándolo, llegó no como una certeza ordinaria, o una evidencia. Simplemente se instaló disimuladamente, poco a poco con su voz, grave y ronca, sus momentos y sus sentidos… tan poco cuerdos.

No sé describirlos en realidad, pero quizá en sus sonrisas se asomaba un poco de felicidad. Pasaban sus presencias bajo la sombra de la luna, acobijados en una banqueta, discutiendo los colores, recordando una película, visitando parques, disfrutando de la lluvia, del atardecer, sintiendo el frío de las calles.

También, se sentaban por ahí, para poner atención a la gran cantidad de ruidos que se arrastran. Se escondían, pero no de los demás, buscaban llegar más allá de las banalidades en reconciliación. Se querían aunque de distintas maneras.

A veces, durante sus conversaciones, el aire se tornaba en tonalidades en azul, cosa que a ella le encantaba, pese a ser producido por el humo del cigarro que se consumía en él. Ella amaba sus letras, sus ojos, su compañía. Reconocía sus sonidos y sus risas. Cuando salía a caminar y escuchaba ese par de canciones, sonreía. Le contaba a todo aquel que se dejara que cierto día habían osado en comerse una pizza entera, o de aquel día en que la esperó tantas horas en la escuela.
Recuerda también el día en que medio auditorio se calló al escuchar su nombre, cuando pegaban cajitas y cuando recibían "500 cosos" de un desconocido. Y ni hablar de las noches en que esperaban con tanta impaciencia las 8 de la noche.

Sin embargo, con el pasar de los días, se dejaron arrastrar en el embotellamiento y la somnolencia, tan precipitadamente, por impaciencia.
Vieron a los demás en los cafés, en los estantes, en las bodas, en los entierros. Se hicieron víctimas de un remolino, se notaban de lejos pero cuando quisieron volver a mirar sus efectos guardados, todo había terminado ya. Se olvidaron sin comprender.

Yo he preguntado por qué recuerda tantas cosas de un tiempo tan pasado y escaso y ella, con una particular sonrisa en los labios me ha contestado “Porque no quiero olvidarlo jamás”.

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